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El tono sereno y firme del presidente Vladimir Putin en su discurso en la reunión anual del Club de Discusión de Valdai, el principal foro ruso de debate estratégico, sorprendió a varios especialistas de renombre, quienes quizá esperaban un ultimátum virtual a Occidente, sobre todo a las cada vez más agresivas naciones europeas.
Putin, en palabras de uno de ellos, no habló ácidamente de Occidente, más bien se situó en el lugar de un artífice de un proyecto global, antípoda del actual, basado en el equilibrio en lugar de la dominación, y en la cooperación en lugar del control.
A rigor, su confianza proviene de:
Por un lado, la certeza de la superioridad estratégica establecida en el campo de batalla elegido por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Ucrania, y por el otro, el restablecimiento de un principio de disuasión con Estados Unidos, resultado de la cumbre con el presidente Donald Trump en Alaska a principios de septiembre.
Reunión que, si bien no ofreció una solución inmediata a la guerra en Ucrania, ofrece el retorno a un entendimiento estratégico esencial entre las dos superpotencias, cuya relación había alcanzado su nivel más bajo y peligroso desde el apogeo de la Guerra Fría, un belicismo ciego alimentado por numerosos pirómanos en Washington que parecían ignorar el riesgo de una escalada de tensiones contra otra superpotencia nuclear.
Ya, para los europeos, el mensaje de Putin fue:
Cuiden de sus propios países, ya que varios de ellos —en particular Francia, Alemania y el Reino Unido— se enfrentan a graves problemas derivados del creciente descontento de sus poblaciones con los programas dictados por la OTAN y la Unión Europea, en gran medida ajenos a sus deseos y necesidades.
Esperemos que el principio de disuasión establecido en Anchorage, no se malinterprete como una debilidad por parte de Moscú.

