Esta es la historia de una niña zapoteca, originaria de Juchitán de Zaragoza en el estado de Oaxaca, México.
La vida de la niña llamada Beelia, que significa en zapoteco “Estrella “, es como la mayoría de las niñas de Juchitán, una vida de pobreza extrema y de mucho trabajo; las familias de la región son verdaderos matriarcados poderosos. Son en su gran mayoría familias monoparentales, encabezadas por una mujer y su prole numerosa.
La madre de Beelia tuvo ocho hijos, y se dedicó al comercio como casi todas las juchitecas. Tiene un puesto de frutas y legumbres en el mercado municipal de Juchitán.
Beelia fue la última hija
Y llegó al seno de una familia numerosa y con una economía precaria. Por lo tanto, su madre buscó la manera de aliviar la carga familiar y “regaló” a la chiquilla a una congregación religiosa, monjas de clausura, radicadas en la Ciudad de Oaxaca.
A los 6 ingresó Beelia al convento religioso como novicia, sin desear ella ser monja. Ahí tenía comida, ropa, estudios rudimentarios de primaria y mucho trabajo físico; y sobre todo muchos sermones de la religión cristiana.
Ella trabajaba de sol a sol, la levantaban las monjas a las 4 de la madrugada para ayudar en la cocina. Y de ahí en adelante no paraba haciendo “sus quehaceres domésticos”.
Sus tareas eran fregar los pisos de todo el convento, a rodilla. Además lavar la ropa a mano y con escobilla de fibra natural, la ropa era la de todas las monjas y las sábanas también.
Las comidas eran escasas, frijoles, arroz, tlayudas, aguas de frutas naturales. Cuando había chocolate caliente Beelia gozaba bastante por su sabor azucarado.
Obviamente no había días libres o de descanso, y mucho menos vacaciones. Su horario era estricto, de aproximadamente 16 horas, los siete días de la semana.
Beelia destacaba en el convento por su actitud positiva ante las inclemencias de su trabajo como “sirviente” al servicio de la religión católica, y de toda la comunidad monjeril.
El rasgo de Beelia
Que causaba admiración era que cantaba todo el tiempo, con una voz delicada y dulce. La música era su pasión, el canto.
Al cumplir 16 años como servidumbre de las monjas, Beelia decidió que esa vida miserable no era para ella y junto con otras chiquillas recluidas ahí a la fuerza por sus familias, emprendieron una graciosa huida del convento.
Las cuatro jovencitas se dirigieron a la central camionera, sin un peso en las manos, y se pusieron a pedir dinero para sus pasajes de autobús, no para ir a a Juchitán, sino a la Ciudad de México. Pero casi nadie les aportaba dinero, hasta que a Beelia se le ocurrió cantar a capela, y solicitar los pesos para los pasajes de las cuatro fugadas.
Los pasajeros reunidos en la central camionera se maravillaron con la extraordinaria voz de soprano de Beelia, ella tenía un pequeño repertorio de canciones en zapoteco. Dos horas después las cuatro iban muy felices rumbo a la Ciudad de México en un elegante y cómodo bus de la línea Cristóbal Colón.
Una vez en la capital mexicana
Las cuatro chicas durmieron en las bancas de la Alameda Central, muy cerca del Palacio de Bellas Artes. Para poder comer Beelia cantaba y sus compañeras pasaban con una gorra de beisbolista a recoger las monedas y los billetes.
Un día pasaba por ahí el dueño del famoso restaurante El Tenampa, el de la plaza de los mariachis de Garibaldi, y escuchó cantar a Beelia y las invitó a trabajar como meseras en su restaurante. Sin sueldo pero con techo y comida.
Esas cuatro chicas juchitecas eran hermosas mujeres de cabellos y ojos muy negros. Beelia recibió el encargo del dueño del restaurante de aprenderse un repertorio de canciones rancheras y que ella pudiera cantarlas ahí con un buen mariachi.
La voz extraordinaria de Beelia, una gran soprano sin ella saberlo, le abrió las puertas al éxito.
Un día la vida dio un giro inesperado para Beelia, porque esa noche ella cantaba con el mariachi, y en el restaurante había varios grupos de turistas gringos, bebiendo tequilas y mezcales como si fueran cosacos. Y de pronto en el intermedio un americano muy satisfecho con su actuación le puso un billete de 500 dólares en la mano.
Beelia estuvo feliz con ese dinero, que para ella era una fortuna inmensa para sus escasas expectativas como cantante.
Tres noches seguidas él gringo de los 500 dólares asistió al Tenampa con otro grupo de estadounidenses para que escucharán a Beelia.
El gringo negoció
Con el dueño del Tenampa y cerraron el trato ,sin que Beelia se enterara de nada de lo que ellos acordaron.
Beelia saldría rumbo a Nueva York para participar en una comedia musical en Broadway. El nuevo musical requería de una mujer latina, morena, con una voz de soprano como la suya.
El nombre de Beelia apareció en la marquesina del teatro el día del estreno. Solo que le cambiaron el nombre, a ella la bautizaron nuevamente y ahora le pusieron María, simplemente María.
La familia de Beelia, la de Juchitán, ahora la buscan afanosamente al enterarse que es una Estrella de Broadway.
Dijo su madre al saber que su hija triunfó en Nueva York, Por algo le puse el nombre de Estrella en zapoteco: Beelia. Ahora quiero mi recompensa por eso.