Bolivar Herrnandez*
Enrique VIII de Inglaterra se casó seis veces, y ha pasado a la historia por ese solo hecho.
Ser un rey poderoso en Europa no tiene gracia, ni el casarse cuantas veces desee.
Quiero narrar mis experiencias matrimoniales que, sin ser tan amplías, tienen un cierto encanto.
Hace más de medio siglo
Me casé por primera vez, muy enamorado por cierto, un 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, y que es una fecha que muchos se toman en broma; juegan con las mentiras y se mofan de sus amigos que caen en ellas. Casi siempre tienen que ver con pedir dinero prestado.
El juzgado de lo civil en la hoy alcaldía Coyoacán, en la Ciudad de México, en esas fechas decembrinas están de vacaciones, pero dejan una guardia por si acaso ocurre algo importante. Yo me presenté con mi futura esposa y unos testigos amigos míos, a solicitar ser casados por el juez en turno.
El personal de ese juzgado civil se reían de mí, pensando que era una broma, y no lo era. Los convencí que era una boda en serio, y aceptó el juez de turno casarnos en una oficina fría y lúgubre.
Tuvimos mi futura esposa y yo, que soportar que nos leyeran La Epístola de Melchor Ocampo, hoy eliminada por fin, en donde ese texto machista insiste en subordinar a la mujer al hombre. Exige que ésta le sirva y le obedezca al macho en todo. Mi futura esposa y yo tuvimos que contener la risa o de plano la carcajada.
Este matrimonio civil fue muy comentado en el barrio por la fecha escogida por mi.
¿Cómo se le ocurre ?, era lo menos que opinaban de mi decisión.
Todas mis bodas han sido muy peculiares
Ésta por la fecha seleccionada y por el lugar de la boda religiosa, que fue una biblioteca, y cuya misa fue oficiada por el señor Obispo de Monterrey, amigo mío, quien tuvo que pedir autorización para casarnos al Arzobispo Primado de la Ciudad de México.
Mi futura esposa y su familia pidieron que hubiera una boda religiosa, de preferencia una boda sintoísta, religión del padre de ella, y eso no era posible en México, a cambio aceptaron una boda religiosa católica.
Yo he sido toda la vida ateo, y me he casado por varias religiones a petición de mis parejas. No me hace esto ningún tipo de conflicto ideológico.

Esta boda fue multitudinaria
La única y última vez, hubo una asistencia de unos trescientos invitados, todos eran japoneses y se realizó en el Club Japonés, en donde mi suegro fungía como gerente. Fue una boda memorable, sin duda, más para mi.
Mi futura esposa era una linda mujer nipona, ataviada con un lujoso kimono de boda, de seda, muy colorido. Y yo con un traje negro de casimir, muy elegante.
Al finalizar el banquete en el Club Japonés, los invitados de mi suegros hicieron una larga fila para darnos, a la pareja, los parabienes y desearnos larga vida matrimonial, todo en japonés y con grandes caravanas.
Adopté algunas costumbres japonesas en la vida doméstica, en la comida principalmente. Inclusive aprendí rudimentos del idioma nipón, para entender algo de las conversaciones de mis suegros con sus amigos y familiares.
Este matrimonio fue para mí aleccionador
Porque era un choque cultural en varios sentidos, entre lo japonés y lo mexicanos, eran idiosincrasias particulares, difíciles de ensamblar.
Quise mucho a mi nueva familia nipona, me integré con ellos, pero no fue sencillo que me aceptaran como yerno o cuñado.
Tengo una bellísima hija con ascendencia japonesa- mexicana-guatemalteca. Gaby es hermosa por su mezcla étnicamente tan diferente. Ella es el regalo más preciado que me dio la familia japonesa de mi esposa Shoko.
Cada vez que deseo degustar ricas viandas japonesas acudo al Club Japonés, en Las Águilas, donde me casé hace más de medio siglo, y disfruto ciertos y exquisitos platillos que antes comía en casa hechos con amor.
*La vaca filósofa.