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Los acontecimientos de los últimos días indican que el eje hegemónico integrado por Estados Unidos y sus apéndices, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) e Israel, se mueve a hacer de las guerras en curso en Ucrania y Oriente Medio, -que en la práctica se inscriben en una ya Tercera Guerra Mundial-, un conflicto peor con las desastrosas consecuencias sabidas.
En el frente ruso-ucraniano, el domingo 23 de junio se lanzaron sendas provocaciones con la intención de incitar una reacción rusa inmediata y simétrica.
La primera fue el ataque a una playa de Sebastopol, Crimea, con misiles ATACMS estadounidenses, que dejó cinco muertos, entre ellos dos niños. El ATACMS (Sistema de Misiles Tácticos del Ejército) MGM-140 es un misil sofisticado que, según los expertos, ha sido operado en Ucrania por el ejército estadounidense.
Horas más tarde, los terroristas lanzaron ataques simultáneos en las ciudades de Derbent y Makhachkala en Daguestán, una república del Cáucaso Norte de población predominantemente musulmana. Los blancos fueron dos sinagogas, dos iglesias ortodoxas y una comisaría de policía, con un total de 15 agentes de policía, cinco civiles (incluido un sacerdote ortodoxo) y seis terroristas muertos.
Aunque Moscú no ha indicado públicamente un vínculo entre los ataques en Daguestán y Crimea, varios analistas creen lo contrario. Por ejemplo, el exdiplomático y oficial de inteligencia británico Alastair Crooke en una entrevista con el juez estadounidense Andrew Napolitano afirmó: “He estado en geopolítica demasiado tiempo como para creer en las coincidencias (24/06/2024)”.
Todo indica que la dirigencia rusa prefiere mantener su paciente estrategia de desgastar la capacidad militar ucraniana hasta el punto de la inviabilidad, incluyendo la destrucción sistemática de la infraestructura eléctrica del país, ya sometida a apagones de más de diez horas diarias.
Al mismo tiempo, en Israel, el gobierno de Benjamín Netanyahu
Realiza preparativos para un asalto contra el grupo chií libanés Hezbolá, visto por altos militares y funcionarios del gobierno israelí como una acción suicida. Para el general retirado del ejército Itzhak Brik, “lanzar un ataque contra Hezbolá es un suicidio colectivo” (Jerusalem Post, 25/06/2024).
El presidente del Operador Independiente del Sistema (NOGA, por sus siglas en inglés), Shaul Goldstein, dijo que el sistema eléctrico de Israel es extremadamente vulnerable a los ataques en caso de una guerra con Hezbolá. “Estamos en una mala situación y no estamos preparados para una guerra real”, dijo.
Pero, la acusación más grave provino del ex primer ministro Ehud Olmert, quien, en un artículo publicado en el diario Ha’aretz (26/06/2024), acusó a Netanyahu de traición al Estado de Israel, entre otras razones, por la “intención de expandir la guerra e iniciar una confrontación directa y totalmente militar con Hezbollah en el Norte, en lugar de buscar, con la mediación francesa y estadounidense, un acuerdo con el gobierno libanés que ponga fin al conflicto violento en curso y permita a decenas de miles de residentes del norte de Israel desplazados por los combates regresar a sus hogares”.
Según Olmert, Israel se enfrenta a una situación crítica:
… un colapso sin precedentes de todos los servicios. La economía está colapsando, los servicios públicos están colapsando, áreas enteras del país están desiertas, y el gobierno no tiene un plan ni ha hecho ningún esfuerzo para crear una respuesta que pueda mejorar la situación y encender una chispa de esperanza.
Por su parte, días atrás, Hezbollah publicó un video de nueve minutos con imágenes de instalaciones militares y civiles en Haifa, que podrían ser blanco de sus misiles en caso de una guerra abierta. Los disparos fueron realizados por un dron que no fue detectado por la defensa israelí, en una impresionante demostración de la capacidad militar del grupo.
Tales provocaciones son una evidente respuesta desesperada a la acumulación de signos del colapso del sistema hegemónico establecido en torno al eje Washington-Londres-Bruselas-Tel Aviv, entre los que podemos destacar:
1) El visible deterioro político y moral de los actuales mandatarios en funciones en Washington, Londres, París y Berlín, en contraste con los destaques que han ido ganando los de países con menor peso político, como el húngaro Viktor Orbán, el eslovaco Robert Fico (objetivo de un intento de asesinato casi mortal) y el serbio Aleksandar Vucic.
2) La no renovación por parte de Arabia Saudita del acuerdo del petrodólar, que durante medio siglo fue el pilar financiero central de la hegemonía estadounidense.
3) La creciente oposición a la guerra en Europa, reflejada en los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo (y posiblemente en las próximas elecciones anticipadas en Francia y el Reino Unido).
4) El fracaso cada vez más evidente de la “transición energética” y las “finanzas verdes”, idealizadas como apoyo financiero a la colosal burbuja de activos especulativos que pende como una espada de Damocles sobre el sistema financiero centrado en Wall Street y la City de Londres (enfrentado también a la lenta pero inexorable construcción de un sistema financiero “extra-dólar” iniciado por el eje euroasiático).
5) Y, sobre todo esto, se ciernen las cruciales elecciones presidenciales de Estados Unidos en noviembre, para las que el sistema hegemónico no tiene un candidato viable, debido a la senilidad ya no disimulada del presidente Joe Biden.
