El orden financiero internacional liderado por Estados Unidos está en peligro de fragmentación. El lamento es de la propia revista británica The Economist, que se ha dado a la tarea de publicar una serie de artículos sobre un cambio de época en el sistema financiero global.
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Fundada en 1843 para promover el liberalismo económico de Adam Smith y en circulación ininterrumpida desde entonces, la revista ha sido, junto con el Financial Times de Londres y el Wall Street Journal de Nueva York, el trío de heraldos más ruidosos de la globalización financiera, cuya retirada lamenta ahora.
El primer texto, publicado el 3 de mayo, señala que “un conjunto de fuerzas, algunas antiguas, otras más recientes, se han combinado para reducir la dependencia del sistema de capital, las instituciones y las redes de pago occidentales, en particular, de Estados Unidos”.
Las consecuencias de este cambio serán enormes. Un sistema monolítico dominado durante mucho tiempo, para bien o para mal por Estados Unidos, se ha diversificado hasta tal punto que grandes partes de él podrían liberarse y seguir su propio camino. Los centros financieros de potencias asiáticas como Singapur, Hong Kong y Tokio, así como las ciudades emergentes Shanghái, Pekín y Dubái, ya llegan a Nueva York y Londres. Los mercados de capitales de muchos países también han crecido. Si bien la solidez de los mercados bursátiles fue alguna vez un privilegio de las economías avanzadas, y las empresas de otros países tuvieron que buscar capital en el extranjero, muchos mercados emergentes ahora tienen sus propias bolsas de valores prósperas. Y los países que antes tenían que aumentar la deuda pública en dólares estadounidenses ahora pueden emitir gran parte de ella en sus propias monedas, señala el texto.
Además, señala “los países pobres están empezando a construir una infraestructura financiera vital propia, a medida que los sistemas nacionales de pago se ponen en marcha. Debido a la amenaza competitiva que representan (sic), los operadores tradicionales están perfeccionando una arquitectura digital torpe y se apresuran a reducir costos”.
A pesar de afirmar que la importancia del dólar estadounidense no ha disminuido como esperaban sus rivales, la revista admite que el sistema está cerca de un punto crítico: “Ahora, es la propia forma del sistema la que está demostrando ser inestable. Combine el crecimiento de sus polos no occidentales con la cambiante distancia geopolítica entre ellos, y es fácil imaginar que esa forma cambiará rápidamente, con consecuencias impredecibles.
El segundo texto, publicado el día 10 de mayo, manifiesta el grado del dolor: “El orden internacional del liberalismo se está desmoronando lentamente – Su colapso puede ser repentino e irreversible”, es el título.
Y enfatiza:
…Durante años, el orden que ha gobernado la economía global desde la Segunda Guerra Mundial se ha erosionado. Hoy en día, está al borde del colapso. Un número preocupante de factores podría desencadenar un descenso a la anarquía, donde los que pueden, gobiernan, y la guerra vuelve a ser el recurso de las grandes potencias. Incluso si nunca hubiera un conflicto, el efecto en la economía de la violación de las normas puede ser rápido y brutal.
“Mientras escribimos, la desintegración del viejo orden es visible en todas partes. Las sanciones se aplican cuatro veces más que en el decenio de 1990; Estados Unidos impuso recientemente sanciones “secundarias” a entidades que apoyan a los ejércitos de Rusia. Se está llevando a cabo una guerra de subsidios a medida que los países buscan copiar el vasto apoyo estatal de China y Estados Unidos a la producción sostenible. Si bien el dólar sigue dominando y las economías emergentes son más resistentes, los flujos globales de capital están comenzando a fragmentarse, como lo explica este informe especial de The Economist. (…)
Hasta ahora, la fragmentación y la decadencia han impuesto un peaje oculto a la economía mundial. Desafortunadamente, la historia muestra que es posible que se produzcan colapsos más profundos y caóticos, y que pueden ocurrir repentinamente una vez que se establezca el declive…
Sin resignarse a aceptar la realidad descrita, el articulo, continua, “En muchos de estos escenarios, la pérdida será más profunda de lo que mucha gente piensa. Está de moda criticar la globalización desenfrenada achacándole la causa de la desigualdad, la crisis financiera mundial y el deterioro climático. Pero los logros de las décadas de 1990 y 2000 –el punto álgido del capitalismo liberal– no tienen parangón en la historia. Investigaciones más recientes muestran que la era del “Consenso de Washington”, que los líderes actuales esperan reemplazar, fue una época en la que los países pobres comenzaron a disfrutar de un crecimiento de recuperación, reduciendo la brecha con el mundo rico.
El declive del sistema amenaza con ralentizar este progreso, o incluso revertirlo. Una vez roto, es poco probable que sea reemplazado por nuevas reglas. En cambio, los asuntos mundiales volverán a su estado natural de anarquía, que fomenta el bandidaje y la violencia. Sin confianza y sin un marco institucional para la cooperación, será más difícil para los países hacer frente a los desafíos del siglo XXI, desde frenar la carrera armamentista hasta colaborar en el espacio. Los problemas serán resueltos por clubes de países afines. Eso puede funcionar, pero a menudo implicará coerción y resentimiento, igual que ocurrió con los aranceles fronterizos de carbono de Europa o la rivalidad entre China y el FMI. Cuando la cooperación pase a la lucha armada, los países tienen menos razones para mantener la paz.
“A los ojos del Partido Comunista Chino, Vladimir Putin u otros cínicos, el orden del liberalismo no significa una promulgación de ideales elevados, sino un ejercicio del poder bruto estadounidense, un poder que ahora está en declive relativo.
Y completa el argumento con la siguiente “perla”: “Es cierto que el sistema establecido después de la Segunda Guerra Mundial ha logrado un matrimonio entre los principios internacionalistas de Estados Unidos y sus intereses estratégicos. Sin embargo, el orden del liberalismo también ha traído enormes beneficios al resto del mundo. (…)”
No será una sorpresa que en un próximo número The Economist toque el réquiem para el globalismo.