Bolivar Hernandez*
Soy un aficionado a la música, a la buena música, en particular a la Ópera clásica.
El deleite por la Ópera lo obtuve por la amistad que tuve con artistas de la Compañía Nacional de Ópera de Bellas Artes, de la Ciudad de México.
El interés en la Ópera comenzó en el año 1990 del siglo pasado, y desde ahí no dejé de asistir a las temporadas de la Ópera en Bellas Artes. Mis amigos músicos, del coro y de la orquesta sinfónica, me ofrecían entradas gratuitas a la temporada de Ópera, a veces ocupaba una butaca en luneta y otras veces en el tercer piso.
Mi amiga Amparo Cervantes era la dirigente sindical del Coro de Bellas Artes, ella es soprano. Y mi amigo Diego Ordax, era el pianista principal de la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes, ambos eran pareja sentimental en aquellos años.
Con frecuencia era invitado a su lindo departamento de la calle Guadalquivir esquina con el Paseo de la Reforma, para escuchar sus ensayos en compañía de sopranos y tenores de la Compañía Nacional de Ópera de Bellas Artes. Por cierto, en ese bello edificio de condominios, el primero en México de su tipo, habitaba también nuestro Premio Nobel de Literatura, 1990, Octavio Paz.
A lo largo de más de treinta años tuve la fortuna de asistir a Bellas Artes a deleitarme con las famosas óperas italianas, sobre todo. Escuché a divas exquisitas, grandes sopranos ellas, extranjeras, y a tenores connotados también del extranjero.
La vida, como es natural, da muchas vueltas, y mis amigos se separaron irremediablemente, y luego entonces dejé de tener acceso gratuito a la Ópera.
Pedir cooperación
Mi fuerte necesidad de asistir al Palacio de las Bellas Artes de la CDMX, para no perderme ninguna temporada de la Ópera, me hizo hacer una serie de actos muy penosos como pedir cooperación en la calle para comprar mi abono para la temporada, que era muy caro para mis ingresos precarios de profesor universitario.
Las largas filas de amantes de la Ópera que acudían a comprar los abonos de la temporada, era mi público cautivo para que escucharan mi discurso y me apoyaran con dinero para no perderme la temporada.
Lanzaba una perorata en la calle para conmover a aquellos individuos de clase media alta y alta, para que se tocaran el corazón y abrieran sus carteras y me donaran unos cuantos pesos para tan noble fin, escuchar las óperas de esa temporada.
Y así fue como pude entrar al Palacio del INBA a disfrutar de mi afición a las óperas. Claro, que iba directamente al tercer piso, a sentarme en esas butacas que están tan inclinadas que parece que uno se va directamente al precipicio. La ventaja del tercer piso, alguna debía tener, es su magnífica acústica, solo que los artistas a esa distancia parecen enanos, diminutos; perdón por la ironía.
¡Era pobre!, un melómano pobre, pero con gustos refinados en la música clásica.
Años más tarde…
Ya contaba con ingresos suficientes para comprar el abono de la Ópera, y Bellas Artes dispuso trasmitir en forma gratuita las óperas en forma simultánea, para un público sin recursos que, ansiosos, esperaban bajo un enorme toldo blanco, situado a un costado del coloso de mármol, en plena Alameda Central.
Era un público muy distinto al que sí podía entrar al bello inmueble del INBA, porque los que estábamos afuera, a la intemperie, éramos clase media, y trabajadores de escasos recursos, y personas de la tercera edad con gusto por la música clásica.
Los domingos iba con Soledad, mi bicicleta, y escogía un buen lugar para estar cerca de la pantalla gigante, y disfrutar la Ópera.
Echaba un ojo al gato y otro al garabato, para no perder de vista a mi compañera de dos ruedas, ni el espectáculo musical.
Actualmente, vivo en una finca bananera
Donde las manifestaciones de la cultura están restringidas o de plano son inexistentes; no hay teatro, ni ópera, ni conciertos de música clásica, ni exposiciones de arte. Es un desierto, sin oasis de ninguna clase.
Recientemente, estuve en la CDMX y me dispuse visitar cuanto museo me atrajera por sus exposiciones, y alcancé a disfrutar de una media docena de ellos, solamente.
Mi anemia cultural me perdura aún.
¡Hasta pronto, melómanos!, hay que ver óperas aunque sea en YouTube. ¡Ni modo!, no hay otras oportunidades con esta pandemia en curso.
*La vaca filósofa