Bolivar Hernandez*
En esta suerte de remembranzas de mi larga vida, que en un principio fueron concebidas para que mis nietos conocieran a su abuelo Bolivar, con su particular manera de narrar sus historias, se transformaron de ser unas memorias íntimas a unas historias hilvanadas de la niñez, la juventud y la vida adulta.
La idea original de escribir mi autobiografía para mis nietos tenía una motivación muy clara: Que ellos leyeran mi propia versión, y conocieran a su abuelo de primera mano.
En la realidad presente, mis historias siguen siendo íntimas y verdaderas, pero ahora dirigidas a todo público lector de diversas publicaciones digitales.
No tengo nada que ocultar de mi vida pública…
Ni nada de qué avergonzarme. Voy por la vida con la frente en alto, nadie tiene qué reprocharme nada y yo sentirme culpable de algo. Errores y fallas he tenido muchas, y las acepto y las he procurado corregir.
En esta ocasión me habré de referir a mi vida amorosa, con un rasgo de precocidad acerca de mi atracción por las mujeres.
Tendría yo unos 4 o 5 años, y asistía a un kínder o párvulos mixto, cuando las escuelas de preescolar no eran aún obligatorias ni necesarias.
Mi afán por enamorarme de mujeres mucho mayores que yo, comenzó en el preescolar; ahí me enamoré perdidamente de mi maestra, una jovencita veinteañera seguramente. Yo un mocoso de 5 años.
Estudié el kínder en el Colegio Belga de la Ciudad de Guatemala en el año 1950.
De ese primer amor platónico conservo un recuerdo nítido, el vestido de mi maestra. Era azul marino con lunares blancos. ¡Cómo iba a olvidarlo!
Cuando era yo un joven adolescente de 15 años
Me sentí profundamente atraído por una joven secretaria de unos 25 años, guapa, coqueta, y que me daba alas. Yo iba todas las tardes por ella a su trabajo y la acompañaba a su casa, y durante el trayecto sentía que caminaba sobre nubes.
Y la conversación era intensa, aunque no recuerdo los temas de nuestras pláticas, pero si la emoción de saberme escuchado con atención. Al llegar a su casa, ella me obsequiaba un beso en la mejilla, y eso era un premio para mi, inigualable.
No recuerdo el nombre de esa chica linda, pero si su belleza fresca y juvenil.
Al año de ir y venir con ella por toda la ciudad, un día me dijo:
Bolivar, me caso en un mes. Este fue mi primer evento amoroso que me provocó una gran decepción. ¡Nunca más volví a verla!
Muchos años después
Conocí en la universidad a una mujer mayor que yo, era mi maestra de teorías antropológicas. Esta si fue una relación amorosa consentida por ella, éramos una pareja.
Viajamos bastante por algunas regiones indígenas del centro de México, porque ella era especialista en culturas ancestrales, y yo la acompañaba siempre a sus viajes de estudio. La etnología nos unía en ese amor.
Esta maestra era una eminencia en el campo de la antropología, había estudiado en Francia un doctorado y yo apenas estaba en la licenciatura.
Mi novia era hija de padres suizos, por lo que su físico correspondía a una extranjera, rubia y ojos azules. Era trilingüe.Cuando viajábamos por el interior del país, yo conducía su auto Mercedes Benz, que para mi esto era un lujo, debido a que mi automóvil era un Volkswagen usado.
En un viaje de estudios a la región náhuatl del estado de Puebla, a Pahuatlán, la tierra del papel amate, yo percibía en ella algo raro. Signos indescifrables para mi. Pero la sensación era inequívoca, eso se iba a acabar muy pronto.
De regreso a la Ciudad de México, veníamos en silencio, ese tipo de silencio con incomodidad.
A la altura del poblado de Texcoco, muy próximos a la capital mexicana, ocurrió lo esperado, ella dio por terminada esa linda relación sobre todo muy intelectual, más que romántica o pasional.
El finiquito de nuestro romance tenía un motivo oculto, secreto
Al llegar a su casa, al momento de introducir su Mercedes Benz en el garaje, mi maestra, mi novia, me dijo directamente a la cara, lo siguiente:
Fíjate Bolivar, que yo en realidad tengo una clara y nítida preferencia por las mujeres, soy lesbiana.
Gracias por todo, eres una gran ser humano, y deseo que te vaya súper bien en la vida, y encuentres una mujer que te merezca.
Ella vivía en el profundo sur de la Ciudad de México y yo en la colonia Roma, a unos 10 kilómetros de distancia de su casa. Ya era de noche, y me eché a caminar cabizbajo por las desoladas avenidas.
¡Mi novia me cambió por una mujer!
Esta historia estuvo dormida en mi inconsciente por varias décadas.
Supe que mi novia lesbiana se casó con su mujer en Canadá, donde eso era permitido y legal.
Mis romances posteriores han sido con mujeres menores que yo
Mi pareja actual es muy joven. Pero a ella no le importa la diferencia de edades.
Bueno, no es tanta la distancia cronológica como para que piensen que ella es mi hija.
Como diría mi poeta favorito Pablo Neruda: Confieso que he vivido.
*La Vaca Filósofa