marzo 29, 2024

Una blasfemia entre intelectuales y ‘gente leída’

Una blasfemia entre intelectuales y ‘gente leída’

Bolivar Hernandez*
En cada rompimiento de mis relaciones conyugales ocurren dos cosas básicas: una, pierdo mis bibliotecas, y la otra, pierdo mi guardarropa.
Como he contado en otra parte, mi cultura es mayormente libresca y mi obsesión en aquel entonces era leer mucho y aprender de ellos, para luego enseñar o compartir esos saberes adquiridos a través de la lectura.
Después de una primera etapa donde absorbí conocimientos en los libros de las bibliotecas públicas y privadas, porque mi pobreza era franciscana y un poco más; luego vino una etapa con mayores recursos económicos y pude hacer dos bibliotecas privadas con más de cinco mil títulos, todos leídos y analizados.
Tenía una fortuna acumulada en esas bibliotecas personales, y fui despojado de ellas por decisiones unilaterales de mis ex parejas. A partir de esas amargas experiencias decidí no comprar un libro más en mi vida, y lo he cumplido hasta hoy con absoluto rigor.
Debo confesar que sigo leyendo libros para actualizar mis conocimientos, pero lo hago de una manera peculiar, voy a una librería con cafetería, tomo un libro lo llevo a la mesa y lo leo, si no termino de leerlo, vuelvo otro día y continuo con su lectura.
Amén de no adquirir un libro más
Desde hace mucho años opté por no acumular objetos, y vivir con lo indispensable, asunto complicado en una sociedad de consumo que te exige comprar constantemente.
También bajé considerablemente el ritmo de lectura, dejé de ser obsesivo en acumular conocimientos librescos y decidí vivir mi vida no tan intelectualmente como había sido mi existencia anterior como académico. Esto suena a blasfemia entre intelectuales y gente leída. ¡Ni modo!
Asunto aparte es el guardarropa o el vestuario que es confiscado en el momento de una separación, bajo la advertencia:
De aquí no sacas nada.
Y, literalmente, he salido del hogar conyugal solo con lo puesto.
Mi guardarropa ha sido modesto en cantidad y buena en calidad. Prefiero usar ropa fina, como son las camisas de lino, esa ropa que se arruga tanto al solo verlas.
Pero de pronto me veo en la imperiosa necesidad de adquirí algunos trapos nuevos. Yo generalmente no sigo moda alguna, he diseñado mi propio look, y entonces veo pasar una moda y la que le sigue, y no compro nada de esas dictaduras que impone la industria textil en el mundo.
Puedo entender que la confiscación de los libros tenga algún sentido, sobre todo si la ex pareja es intelectual o colega nuestra, lo acepto. Pero si no es académica sino empresaria, no lo entiendo.
Una anécdota genial
Cuando me dijeron: De aquí no sacas nada, y todos mis bienes, libros y ropa, quedaron confiscados en mi antiguo hogar conyugal.
Un día salí a pasear por el Centro Histórico de la Ciudad de México, y me encuentro, casualmente, con mi ex mujer y su nueva pareja, y me percato que el novio de mi ex estaba vestido con mi ropa y mis zapatos. Solo sonreí y seguí mi camino.
Desde que vivo solo, una soledad elegida, no tengo un solo libro en mi poder, pero sí mucha ropa para mis necesidades presentes. Tengo ropa suficiente para dos semanas sin repetir camisa, es un exceso extraño en mi.
De mis estancias en el extranjero, aún conservo dos abrigos elegantes para soportar fríos invernales, prendas que no he podido usar en la finca tropical donde vivo actualmente. Tampoco puedo regalar esos abrigos italianos porque nadie usa esas prendas, aunque haga mucho frío…
La medida de todas las cosas, en mi caso, es lo que quepa en una maleta grande. Y ahora siento que estoy excedido, necesito dos maletas grandes para todos mis trapos elegantes. ¡Nadie es perfecto!, ¡Menos yo!
*La Vaca Filósofa
Foto: Pixabay

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Soy binacional México-guatemalteco, 77 años. Antropólogo, psicoanalista, periodista, ecólogo, ciclista, poeta y fotógrafo.

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