abril 18, 2024

Vos Bolivar, ¿me prestás dos panes de los tuyos?: La historia de Sonia y los panes dulces

Vos Bolivar, ¿me prestás dos panes de los tuyos?: La historia de Sonia y los panes dulces

Bolivar Hernandez*
Esta historia ocurrió en el año de 1954 en la Ciudad de México, antes Distrito Federal. En ese año, mi familia salió huyendo de Guatemala por razones políticas y nos refugiamos en México en calidad de asilados políticos.
Fuimos a dar a una zona de clase media baja como era la colonia Doctores, nos ubicamos en un pequeño departamento en una privada con 10 casitas, situado en la calle Doctor Andrade.
Las coordenadas de mi casa eran: Doctor Vértiz al poniente, Doctor Balmis al norte, Niño Perdido (hoy Eje Lázaro Cárdenas) al oriente, y avenida Baja California al sur.
Mi escuela primaria llamada Felipe Rivera, estaba en la avenida Baja California, atrás del Centro Medico. Era una escuela pública para alumnos de excelencia. Ahí cursé el último tramo de la educación primaria.
Nuestra familia estaba constituida por papá, mamá y cinco hijos, yo el mayor de 10 años, y Sonia la más pequeña de 2. En medio estaban Julio, Marilu y Sandra.
Padre ausente por su nuevo trabajo en el norte del país, por lo que yo ocupé el sitio del hombre de la casa.
Asistíamos a la misma escuela primaria los hermanos, excepto Sonia, la más chica. Íbamos en el turno matutino, solos.
Por la tarde ocurría la inevitable merienda, refacción se dice en Guatemala, que consistía en un vaso de leche y dos panes dulces, antes de la cena.
Mi madre me encomendaba la delicada misión de ir al pan, acompañado con mis hermanitos.
Las panaderías antiguas de la Ciudad de México
Eran locales amplios donde los clientes ingresaban para escoger los panes, dotados de unas pinzas de aluminio y una charola redonda metálica también. Una vez concluida la selección de los panes, uno pasaba al mostrador donde un empleado contaba las piezas, y las introducía en una bolsa de papel café claro, y luego cobraba.
La estrategia familiar consistía en entrar a la panadería todos los hermanos y, en un descuido de los empleados a una señal mía, ellos engullían unos panes a toda prisa.
Esos eran los panes gratis. Lo que yo ponía en el mostrador eran los panes que si debía pagar.
Todos mis hermanitos devoraban los panes “gratis” dentro de la panadería, y yo procuraba eliminar de sus caritas los restos de azúcar o migas de pan.
Al llegar a casa ellos, mis hermanitos, ansiaban merendar con su vaso de leche y la ración obligada de dos panes dulces.
Y esta escena se repetía cotidianamente: Todos aceptaban su ración de dos panes dulces con su vaso de leche, excepto Sonia la pequeña, porque ella se dirigía a mi, y me suplicaba que le “prestara” mis dos panes dulces. Yo accedía a su petición y le convidaba mi ración de panes dulces.
-Vos Bolivar, ¿me prestás dos panes de los tuyos?
Debo decir que toda mi familia nuclear tiene hasta la fecha una adicción al pan de dulce, 60 años después. Yo incluido, por supuesto que también.
Esa predilección por el pan dulce la hemos trasmitida a nuestros hijos con singular entusiasmo, al igual que la costumbre de remojar el pan en café, leche o chocolate. Ello era considerado detestable por mis esposas de entonces.
Cuando Sonia, la protagonista de esta historia, cumplió 60 años
Se agasajó con una comida mexicana con todo y mariachis, y esto fue en la Ciudad de Guatemala. Ahí, ante toda la concurrencia, pedí dirigir unas palabras a la cumpleañera, y le recordé amorosamente los panes dulces que “le presté “ en su temprana infancia. Ella se ruborizó por el atento reclamó de mi parte, porque nunca lo he podido olvidar.
La historia de Sonia y los panes dulces que yo le concedí con amor, concluye hoy en el año 2021, 67 años después de nuestro exilio en México.
Por razones que ahora no vale la pena contar, los hermanos hemos vuelto a vivir todos juntos en la casona que mi padre construyó en la finca.
Entonces, mi hermana Sonia, la chiqui como le decimos familiarmente, todos los días por la tarde, a la hora de la merienda, o refacción en chapín, me obsequia un par de panes dulces, sin yo pedirlos. Ella y yo sabemos lo qué hay detrás de ese gesto, de esa devolución de unos favores recibidos en su tierna infancia.
Colofón
Cuando yo era ya un adulto mayor y trabaja con ahínco, pasaba por una panadería antes de llegar al hogar conyugal, y compraba una docena de conchas de vainilla y chocolate, que devoraba con ansias mientras conducía mi automóvil, sin importarme la caída de migas de pan sobre mi elegante traje de Pierre Cardin.
¡Hasta pronto fanáticos del pan dulce, y de otras golosinas no aptas para diabéticos!
*La vaca filósofa
Foto: FlyerBine 

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Soy binacional México-guatemalteco, 77 años. Antropólogo, psicoanalista, periodista, ecólogo, ciclista, poeta y fotógrafo.

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