mayo 24, 2025

¿Cómo fracasó Occidente en Afganistán?

¿Cómo fracasó Occidente en Afganistán?

Un libro publicado recientemente en Alemania presenta una profunda luz sobre la desastrosa intervención occidental en Afganistán. El autor de Hindukusch -Wie der Westen in Afghanistan, Scheiterte, Verlag C.H. Beck, 2022 Cómo Occidente fracasó en AfganistánMichael Lüders, es uno de los principales especialistas alemanes en asuntos del Medio Oriente, presidente de la Sociedad Alemana-Árabe y autor del best-seller sobre la primavera Árabe e Irán.

El nuevo libro analiza en profundidad una profusión de datos para que el lector pueda trazar los paralelos correspondientes con la guerra de Crimea y la posición de Occidente, en particular de Estados Unidos y de Gran Bretaña.

La obra se concentra en la descripción del “fracaso” total de 20 años de guerra en Afganistán, la que terminó en un desastre cuando en agosto de 2021 Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) retiraron apresuradamente sus tropas de aquel país.

El movimiento fue precedido por casi dos años de negociaciones secretas, iniciada por el presidente Donald Trump en 2018, entre representantes de Estados Unidos y del Talibán.

En el prefacio

Lüders afirma que todo indica que no se ha aprendido ninguna lección de las guerras anteriores en Afganistán. En el siglo XIX fue el “Gran juego” entre Gran Bretaña y la Rusia zarista, los británicos obcecados por la creciente influencia rusa en el Cáucaso y en Asia Central. La Unión Soviética invadió y ocupó el país en 1979, tan sólo para ser derrotada luego de 10 años, a los que siguió el derrumbe de la URSS. De 2001 a 2021, en nombre de la “guerra contra el terrorismo”, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN libraron una guerra de 20 años “sin objetivos estratégicos claramente definidos”.

Financiaron un régimen corrupto en Kabul mientras miles de civiles morían como a consecuencia de los ataques de drones y de los bombardeos nocturnos. El resultado es que Afganistán está hoy al borde de una hambruna devastadora, al tiempo que el cultivo de drogas aumentó tremendamente.

El Talibán entró el 15 de agosto al palacio presidencial de Kabul, tras la guerra más larga jamás librada por Washington y la OTAN. Todo comenzó el 11 de septiembre de 2001, luego de los sangrientos ataques terroristas de Nueva York. Aunque ningún terrorista hubiese salido de Afganistán, como observa Lüders, el país era considerado por Estados Unidos como un local “ideal”, ya que el Talibán estaba en el poder y daba refugio a Osama Bin Laden. Pocas semanas después de los ataques, “el Talibán fue derrocado en Kabul, pero 20 años después hicieron un regreso increíble y marcharon a la capital sin enfrentar ninguna resistencia”, escribe Lûders.

Desde 2005, la derrota en el Hindu Kush se mostraba cada vez más probable, pero ningún político o militar vio ninguna razón para cambiar el rumbo. Occidente fracasó en Afganistán, así como el Imperio Británico y la Unión Soviética lo hicieron antes. El plan seguido hasta el último minuto por Washington y la OTAN de instalar la “ley y el orden” mediante un gobierno fantoche en Kabul y con fuerzas de seguridad entrenadas en Occidente no podía funcionar y no funcionó. Hasta el mismo secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, afirmó cuando el Talibán tomó el poder que el desenlace no era esperado. Sin embargo ¿qué es lo que esto dice sobre la capacidad de la Alianza Atlántica? “¿Qué dice una estimación tan errónea de la OTAN y de sus negociaciones con Rusia y China?” pregunta Lüders.

Él ve un gran problema, la laguna entre la autoexaltación moral de los actores occidentales y la realidad de la conducción de la guerra, que fue declarada en defensa de objetivos humanitarios y de la democracia, pero que, en realidad, costó la vida de miles de civiles, mientras se cortejaba a los barones de la droga y a los señores de la guerra.

El gatillo para la guerra

En el rescoldo de los ataques del 11 de septiembre de 2001, “Estados Unidos quería venganza”, de acuerdo con Lüders. El gobierno de George W. Bush llegó a pensar seriamente en el uso de armas nucleares. “Afganistán primero” y la consigna de Bush, “quien no está con nosotros, está contra nosotros”, se convirtieron en las palabras claves para movilizar al Occidente entero para la guerra en el Hindu Kush, un terreno ideal para lanzar bombas (al que, más tarde, un Trump rabioso llamaría “país de mierda”).

Para Lüders, no obstante, el factor decisivo fue otro. “La guerra el terror” se convirtió en un cheque en blanco para el “complejo industrial militar”, y no sólo en Estados Unidos, sino en más de 80 países en nombre del antiterrorismo. Según un estudio de la Universidad de Brown, la guerra se cobró las vidas de 900 mil personas, la mayoría de ellas en Irak y en Afganistán, y costó más de 8 billones de dólares. Otra estimación no oficial indica más de un millón de muertos tan sólo en Irak. La “guerra al terror”, internamente, fue una batalla sin precedentes en favor de un Estado fuerte que comenzó a minar sistemáticamente los derechos civiles, con la militarización de la política interna al crearse el Departamento de Seguridad Interna (DHS).

El campo de prisioneros de Guantánamo, Cuba, donde hasta el día de hoy se detiene a los sospechosos de terrorismo sin ninguna acusación, se convirtió en la encarnación de la distorsión de la ley ordenada por el Estado y se revivió la tortura como una pesadilla orwelliana, con técnicas intensivas de interrogatorio. Por último, pero no menos importante, Afganistán dio a Estados Unidos y a la OTAN la posibilidad de una expansión militar en los estados sucesores de la URSS, como Kirguistán (Estados Unidos utilizaron la base aérea de Manas hasta 2014) y en Uzbekistán (la base aérea de Temez, hasta 2015).

A finales de 2005 ya estaba claro para los militares de Estados Unidos y de la OTAN que no podían dominar las zonas rurales de Afganistán. Lüders menciona los “Papeles de Afganistán”, que fueron publicados parcialmente por el periódico Washington Post en 2019, de acuerdo con la Ley de Libertad de Información. Según él, los documentos revelan una enorme laguna entre el intento de “engalanar” la guerra de Afganistán con la prensa política, en especial en Estados Unidos, y la realidad de la guerra. El Talibán inició en 2006 una ofensiva de primavera con miles de combatientes, los que, a pesar de los constantes bombardeos aéreos, lograron consolidar sus posiciones en varias provincias del Sur.

Lüders observa que, a no más tardar de 2006, las fuerzas de intervención occidentales habrían tenido la posibilidad de pensar en una retirada. Sin embargo, temían una pérdida de credibilidad si cedían ante un “país de mierda”. Washington continuó entonces con su “construcción de la nación” en Afganistán, con ayuda de los señores de la guerra y otros criminales pesados, todos encubiertos por “una fachada democrática”.

Según él, En Estados Unidos, En Alemania y en otros lugares, numerosas personas en posiciones de responsabilidad sabían que el camino de Afganistán tenía una sola dirección: el abismo. Pero ¿quién quería arriesgar su carrera con verdades desagradables? ¿Quién, en especial, en las más altas jerarquías de la política militar y de los servicios secretos? Los demás abastecedores de tropas, entre ellos Alemania, se convirtieron inevitablemente en víctimas de su propio conformismo con el principal guionista de Washington. Berlín permaneció leal hasta el horrible fin. Lüders recalca:

El poder estadounidense en Afganistán se fundaba en dos pilares: los militares y los servicios de espionaje. Lo primero que estableció la CIA fueron centros de tortura. Y no sólo se interrogaba o se torturaba a afganos; prisioneros de Asia Central, de Oriente Medio y de África eran transportados en avión. Las peores cámaras de tortura se localizaban en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. (…) Al mismo tiempo, muchas veces dirigidas desde la base aérea de Ramstein, en la Renania Palatinado, burros de carga de una nueva forma de guerra de alta tecnología, tuvieron su estrella después del 11 de septiembre. Un verdadero boom ocurrió después de que el presidente (Barak) Obama asumió el cargo en 2009. En su mandato, los drones se convirtieron en el arma central de la guerra contra el terror, no sólo en Afganistán, sino también en el frente invisible de Asia y de África. Enviar drones contra movimientos rebeldes no significa nada más que la muerte de civiles y aceptarlo. Tan sólo entre 2015 y 2020, Estados Unidos realizó más 13 mil ataques de drones en Afganistán. Diez mil personas, supuestamente, fueron asesinadas. Los ataques de drones devastaron aldeas, las razias nocturnas de la OTAN esparcieron el terror y, en respuesta, miles de talibanes se unieron a los rebeldes.

Estados Unidos quería, por encima de todo, un gobierno prooccidental en Kabul, con políticos igual al presidente Hamid Karzai y su hermano Ahmed Wali Karzai, que servían como fantoches voluntarios. Con el consentimiento de la CIA, en 2005, Ahmed Wali Karzai se convirtió en el gobernador de la provincia de Kandahar, para mantener su domino, gracias a su elevado puesto, el tráfico de opio en el Sureste. Para ilustrar la inmensa corrupción de los representantes oficiales del gobierno, Lüders menciona un artículo de 2013 del New York Times, el cual informaba que “desde hace más de una década, gruesos paquetes de dólares estadounidenses llegaban a la oficina del presidente afgano. Mes tras mes, en maletas, en mochilas y alguna que otra vez en bolsas de plástico -con la recomendación amigable de la Agencia Central de Inteligencia”.

Resultado: el aparato político afgano construido por Occidente no difería en nada de una red mafiosa totalmente concentrada en mantener sus propios privilegios. En lugar de instituciones democráticas, lo que promovieron fue una cleptocracia, como escribiera un especialista afgano, Emran Feroz, en su libro “La guerra más larga” (Der Längste Krieg, Westend Verlag, 2021). Aún y cuando el Talibán hubiese prohibido el tráfico de opio, este volvió a florecer durante la guerra: “Bajo los ojos del gobierno fantoche, Afganistán era responsable del 80 por ciento (¡) de la demanda mundial de heroína en 2020, con 224.000 hectáreas de opio cultivadas. En 2010, eran 123.000 hectáreas”.

Con la llegada de Obama al poder, en 2009

La estrategia de Estados Unidos para Afganistán se cambió en dos planos: Por un lado, el aumentó radical de efectivos militares en el país, con decenas de miles de militares más enviados a la zona de guerra. Del otro lado, Afganistán fue inundado con dinero de ayuda y gastos militares -lo que elevó la corrupción a una plataforma más alta. De acuerdo con los “Papeles de Afganistán”, de 2,2 billones de dólares, casi 800 mil millones desaparecieron en canales obscuros, en las cuentas de los señores de la guerra, políticos, barones de la droga y otros, en algunos paraísos fiscales. Una parte significativa de esa generosa alimentación ocurrió en el gobierno de Obama. En comparación, el PIB afgano en 2020 fue de 20 mil millones de dólares.

En la presidencia de Trump, finalmente, durante un año, Estados Unidos y el Talibán negociaron en un hotel de lujo de Doha y concluyeron un acuerdo en el segundo semestre de 2019. Estados Unidos retiraría 14.000 soldados. El Talibán concluiría una solución de paz con el gobierno afgano y terminaría con los contactos con Al Qaeda. El 29 de febrero de 2020, Estados Unidos y el Talibán firmaron un acuerdo para la retirada de las tropas occidentales en mayo de 2021.

De los 2,2 billones de dólares gastados por Estados Unidos, tan sólo 21 mil millones fueron gastados en obras civiles, es decir, 1 por ciento. Alemania gastó 17 mil 300 millones de euros, de los cuales 2.800 del Ministerio de Desarrollo.

De acuerdo con un informe del Banco Mundial, a finales de octubre de 2021, 14 millones de afganos, un tercio de la población, estaban amenazados por inseguridad alimentaria aguda, y se estimaba que, en marzo de 2022, el número aumentaría a 22 millones, más de la mitad de la población. Según el pronóstico, en 2022, el número de personas muertas por hambre sería mayor que el número de civiles asesinados en los 20 años de guerra. Y el Financial Times mencionó la posibilidad de un “colapso económico” de Afganistán, con 3 millones 600 mil refugiados.

Las lecciones que hay que aprender

Una de las lecciones que Lüders señala en el desastre de Afganistán es la enorme laguna entre la “representación mediática” de la guerra, que sólo hablaba de los nobles objetivos contra el terrorismo, de la lucha por la universalización de los valores y de la democracia, y la realidad sucia que dejó atrás miles de viudas, huérfanos e inválidos, así como millones de personas sin esperanza.

Lüders termina su libro destacando que lo que es necesario hoy es una “educación para la paz”. Esto implica, en Alemania, un tipo de actitud como la que tuvieron estadistas como Egon Bahr y Willy Brandt, que ayudaron a construir un diálogo constructivo Este-Oeste, pero que hoy sería denunciados como “simpatizantes” de Rusia o de China.

*MSIa Informa

Foto: ArtTower

About The Author

Maestra en Periodismo y Comunicación; directora de noticias, editora, jefa de información, articulista, reportera-investigadora, conductora y RP. Copywriter de dos libros sobre situación política, económica y narcotráfico de México; uno más artesanal de Literatura. Diversos reconocimientos, entre ellos la Medalla de plata por 50 Aniversario de Radio UNAM y Premio Nacional de Periodismo, categoría Reportaje.

Related posts