Bolivar Hernandez*
He sido vegetariano por cinco décadas ya, y soy integrante de la secta Ovo láctica, es decir, como huevo y derivados de la leche de vaca.
¿Por qué me convertí al vegetarianismo?
Como casi todas mis historias, todo arranca en la más temprana infancia. Mi madre era una extraordinaria cocinera, al estilo mexicano, y preparaba los alimentos con mucho esmero y buena sazón.
En mi niñez
Los patios de las casas eran corrales de aves, y veces eran también pequeños huertos.
Mi madre compraba en el mercado de la Colonia Roosevelt, zona 11, de la Ciudad capital de Guatemala, varios pollos o gallinas vivas.
Me encargaba del cuidado de las aves de corral, las alimentaba bien y les daba agua para beber.
Me encariñé mucho con una linda gallina, y le puse un nombre, tal como lo hago ahora con las bicicletas; aquella ave se llamaba Petra.
Un día cualquiera, volvía yo de la escuela y me dirigí al corral, Petra no estaba ahí. Fui a la cocina a preguntarle a mi madre por ella, pero no hubo respuesta. Petra estaba desplumada y dentro de una gran olla con agua hirviente.
Era algo tremendo para mi comer la carne de Petra, pero para mi familia no fue ningún problema y se la devoraron entre todos, hasta se chupaban los dedos.
En la adolescencia, lo he contado también
Estuve tres años internado en la Escuela Normal Rural Pedro Molina, en Chimaltenango; y la dieta era de tortillas, frijoles, papas, arroz y algunas verduras que cultivamos los alumnos en la huerta escolar. Había carne cada vez que moría un Obispo. Pocas veces al año.
En los años 80, fui a la universidad de Berkeley, en California, cerca de Aokland, muy próximo a la bahía de San Francisco. Y en el campus de la universidad había varios restaurantes estudiantiles , con sitios muy variados, aunque dominaban las hamburguesas y los hot dogs, y un solo restaurante vegetariano.
Los estudiantes abarrotaban los lugares de comida chatarra y casi nadie se paraba en el vegetariano. Todo un misterio aquello.
Todo se aclaró cuando pagué mis platos vegetarianos; el costo de ellos era muy caro comparado a la comida basura de los otros sitios.
Había en Berkeley una frutería muy chic, y toda la fruta tenía un aspecto fenomenal, colores brillantes.
Dije esta es mi opción, comer sano y barato. Sí era barata la fruta, pero insípida, fofa, y enorme el tamaño. Eran frutas modificadas genéticamente.
En Europa, también me pasó lo mismo
La comida vegetariana era muy cara y las raciones escasas. Entonces opté por las pizzas, los quesos, las baguettes y los yogures.
En la Ciudad de México conocí casi todos los restaurante vegetarianos con comidas corridas, eran con menús poco atractivos y sin ninguna sazón especial, pero eso sí, muy baratos.
Ahora que vivo en una finca bananera en Guatemala, me puse a explorar el mundo vegetariano y es casi inexistente. Lo más vegetariano qué hay es una cadena trasnacional de restaurantes que se denomina Subway.
Ser vegetariano aquí es una extravagancia, una rareza, algo exótico. Hay buenos restaurantes vegetarianos en todo el mundo, pero cuestan un ojo de la cara o el precio de un riñón.

Todo esto viene a colación porque se acerca la Navidad, y en casi todos los hogares habrá pavo relleno para la cena de Nochebuena. Inclusive, en las cenas que organizan mis familiares.
Y yo no puedo ni ver los pavos enormes, gordísimos, en una charola en medio de la mesa, bellamente decorada con motivos navideños. Todo rojo, mantel y servilleta de tela.
Pienso que lo mío es el ayuno intermitente, que consiste en no cenar.
¡Hasta pronto, comedores de pavos rellenos!, que lo aprovechen y disfruten con sus familias estas fechas navideñas. ¡Salud!
*La vaca filósofa.

